Jul 19
Autorretrato II
Una abeja
AUTORRETRATO II
Una abeja me picó en el dedo. Sólo me curó la coca cola.
Jugar a la rayuela con mi tía hasta entrada la noche.
Me caí por una escalera y me clavé un clavo en la frente.
No recuerdo el dolor.
A mi papá le conté que iba a ser papá mientras íbamos a cargar una garrafa.
Fue recién a la vuelta.
Me acordé que sí me operé. De las amígdalas. Estaba contento porque me habían prometido mucho helado.
Sacábamos arañas enormes de sus cuevas usando una piolita con grasa en la punta. Como si pescáramos.
Salían mordiendo como mojarras peludas.
Las juntábamos en un frasco de vidrio hasta que quedaba negro y las soltábamos en el campo.
Una vez casi prendimos fuego un monte. Mucho miedo.
Me peleaba con un amigo tirándonos piedras. Yo rompí un vidrio pero él no me delató. En nuestra infancia teníamos códigos.
El primer cassette regrabado que escuchaba todo el tiempo fue ABBA en español. Un Fuji gris con la etiqueta escrita con fibra.
A mi mamá le encantaba “Chiquitita”.
El primer cassette comprado que tuve fue “Off the Wall” de Michael Jackson. En la publicidad de la tv decían que incluía “Thriller”. Era mentira. Igual lo amé. Aprendí que se podía cantar en falsete.
El sonido del corazón en la ecografía fue como un zumbido dulce.
Tuve una polilla gigante dentro de una caja de cartón. Puso huevos y una noche mientras dibujaba se me llenó la mesa de gusanitos. Fue una mezcla de asco, miedo y sorpresa.
A mi hermana yo le decía “la Capitana” porque me daba órdenes todo el tiempo.
Tuvimos un pato.
Le gustaba que mi mamá tocara la guitarra. Venía solo desde el fondo. Subía una escalera y bajaba dos a los tropezones. Llegaba y se sentaba a escucharla.
En casa de mi abuela me despertaba el sonido apagado de su radio a transistores, envuelta en un estuchecito marrón. Yo llegaba hasta la cocina y me esperaba la leche caliente con cocoa y unos bizcochos.
El sol entraba por la ventanita con cortina a cuadros.
Mi abuela tenía un tocadiscos viejo. Escuchaba discos de pasta de 78 revoluciones. Solía poner “La vuelta de Rocha” de Francisco Canaro y “Madreselva” de Libertad Lamarque, que era su ídola.
Mi papá dibujaba. Aprendí muchas cosas de él.
A agarrar el lápiz. A que después de la cabeza, está el cuello y recién vienen los brazos.
A que se borra para un lado solo, no sacudiendo la goma porque rompe el papel.
Nunca más volví a ver hojas de papel garbanzo, tan amarillas y ásperas.
A veces se recuerdan cosas por un aroma, o las trae la música o relampaguean como un destello.
A veces se pueden contar. Otras, quedan flotando y se escapan en un suspiro.
De noche.
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